martes, 28 de enero de 2014

RAMBLIN' MAN




Hubo un tiempo en que fui hermoso y fui libre en el Veraz. Pero ahora no. Y a pesar de que se me quemaron un par de válvulas y hay otra que enciende poquito y zumba de lo lindo, anduve retomando ese entretenimiento de ir a ver locos de la guitarrita que tocan en teatros, en "venues" de alta moda y peor calaña, en piringundines varios… Y a veces en disquerías. De las de a de veras. 

Pero ya no soy el mismo, gracias a Dios. Y me canso fácil. Y la cadera me duele. O quién sabe la hernia operada (seguramente mal) dos veces. Es justicia poética: si toca Neil Young 4 noches, voy las cuatro. Y la hernia se avivó: no quiere ser menos. Nunca menos.

Mientras charlábamos de fueyes perdidos con Jorge Cayetano Asís apoyados en una batea de frente a otra que estaba fronteada por el vinilo de la edición 25 aniversario del muy bonito debut de Lucinda Williams, uno se acercó al micrófono prometiendo que el ruido comenzaría a la brevedad e invitó al público presente (entre 60 y 70 personas que serpenteaban por los vericuetos del laberinto de discos y disquitos) a que se acercaran con su ID a buscar unas cervezas que suele invitar la casa. Tuvimos con el Turco, entonces, un deja-vú. "Dejá, voy yo" le dije, "quiero engañarle el estómago a la artropatía psoriásica". 

En el camino me topé con barbudos, dixie-chicks, indie-boys, gorditos habitués de Taco Bell, barbudas y demás, nadie mayor de 30. 35 alguno que otro. El loco de la guitarrita estaba ahí, haciendo tiempo; su mujer y dos blondos purretes habían acompañado a papá a la oficina. El flaco estaba flaco, terco y negador del paso del tiempo a fuerza de un peinado para el cual su pelo está ya demasiado delgado y raído como para evitar ser una impostación poco feliz. Camisa escocesa en tonos rojos y verdes arremangada, un jean ("tendría que usar Rica Lewis", me diría sonriente Jorge Asís un rato más tarde), veintitrés dólares en el bolsillo. Las llaves del auto las guardaba su mujer en la cartera.

Detesto a Jack White: es el Pirucho del rock. Para aquellos más jóvenes, Pirucho es el personaje con el que comenzó su carrera Miguel Ángel Cherutti en La Peluquería de Don Mateo, cuando la atendía el Gordo Porcel. Bueno, Pirucho armó una banda con este flaco que estaba, en el párrafo anterior, por tocar. Brendan Benson. Le conocí un par de discos simpáticos que, en otro momento, me hubiesen gustado mucho. Ahora prefiero ver Duck Dynasty o un Western. 

No terminamos las cervezas, en definitiva. Nos fuimos. El muchacho es impresentable. No sabe tocar la guitarra. Quiero decir: TOCAR la guitarra. No lo que hace medio mundo. Lo que es peor, y para ser más precisos: no tiene NADA interesante para hacer con la guitarra. Tampoco tiene voz: ni caudal ni capacidad de afinación. Sus canciones, al desnudo, son de una pobreza franciscana, música y letra. Y el muchacho metió una en la serie Nashville, co-compuesta con la llamativa Ashley Monroe. 

Tan malo es el pibe este (que está bien grandecito), que recordé con cariño al asqueroso de Pirucho: ese que te imposta a la perfección el intérprete que se te ocurra, de cualquier género o época. Al menos tiene solidez en lo que hace (que para mí no vale dos mangos, pero ante la existencia de estos salames como Brendan Benson gana una relevancia apócrifa)

"Igual si lo vemos venir por la misma vereda, cruzamos" vuelve a acotarme Asís, ya sentados a la mesa del fondo de Tootsie's… Mientras uno a uno van cayendo los muchachos, todos con protectores de oídos calzados, filtro dorado. El máximo.


La primera ronda la pagó Dromi.



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