Me levanté dentro de mi cabeza. Todavía en la cama confié en que el paso de los instantes me ayudarían a dilucidar no tanto como quién era yo sino al menos dónde es que estaba ese. Asomé los brazos y el frío se hizo sentir: volví a protegerlos bajo las sábanas y la frazada. La luz inundaba de claridad la habitación a la cual, evidentemente, aún no logro traducir del todo. El reflejo de los dolores del cuerpo me acompañaron durante el resbaloso sueño, tan delgado y peligroso como el hielo que lo cubre todo a estas horas tempranas.
Esperando, me deslicé desde la imagen de un pequeño y húmedo local de dos por dos hasta este despertar: incomprensibles rostros, escenas de espanto, risas estridentes, ausencias, cajas llenas de discos, amigos, pocos amigos, mudanzas, muecas, extraños allanamientos, volátiles liquidaciones y cierres imposibles, huidas utópicas, desapariciones, regresos, bromas incomprendidas, reacciones incomprensibles, cafés con leche, Coca Cola y veranos, la inconsistencia del sistema y la pretendida solemnidad de sus actores, eufemismos en acción, dinero y viajes (los horribles noventa, tan poco solidarios: ¿qué estabas haciendo vos en los noventa?), huesos viejos, quirófanos, falsas recuperaciones, risas histéricas, escuálidas crisis, cierres, virtualidad, delta, carnets y cuotas, polémicas, Ubú Rey encadenado y cornudo en la colina, daños y perjuicios. Esto pasa cuando no conciliás bien el sueño, cuando la noche es un extenso duermevela en el que todo se sucede con superficialidad de zapping: extrañas escenas inconclusas e inconexas que confluyen en la sensación de no saber dónde estás (como si no entender bien quién sos no fuese suficiente)
Salgo de la cama y camino con sigilo, me abrigo un poco y hago como que comprendo el control de la calefacción: algún día ella tal vez aprenda a simular que funciona bien. Me toma unos minutos asumir que ya es jueves y que no saqué el tacho de la basura hasta la calle: el domingo era mi punto de referencia pero quedó muy lejos como para ser efectivo.
Ya estoy ahora. A absurdo, absurdo al cubo. No soy un burócrata: tal vez un ridículo.
A veces imagino que fui la mejor disquería del mundo. Y todavía no acabo.
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